El ágil brinco sobre el torniquete del Metro, equivalente a la simple negativa de Rosa Park de ceder su asiento en el bus, pese a la aparente insignificancia de ambos gestos, tuvo en nuestro país la virtud de transformarse en pocos días en un movimiento cuyos alcances están destinados a generar otro Chile.
Por Erasmo López Avila *
El 1 de diciembre de 1955, en la ciudad de Montgomery, en el estado norteamericano de Alabama, una mujer negra llamada Rosa Park se rehusó a levantarse de su asiento en un autobús público para dejárselo a un pasajero blanco.
Rosa fue arrestada, enjuiciada y sentenciada por conducta desordenada y por violar una ley local. Cuando el incidente se conoció entre la comunidad negra, 50 líderes afroamericanos se reunieron y organizaron el Boicot de Autobuses de Montgomery para protestar la segregación de negros y blancos en los autobuses públicos.
El boicot duró 382 días, hasta que la ley local de segregación entre afroamericanos y blancos fue levantada. Este incidente es frecuentemente citado como la chispa del Movimiento por los Derechos Civiles. (Fuente: Wikipedia).
Me permito recordar lo anterior porque creo que no resulta aventurado advertir que la decisión de ese anónimo joven estudiante santiaguino que un día de la primera quincena de octubre de este año decidió saltar el torniquete del Metro para evadir el pago de un pasaje recién reajustado, puede ser considerado como el acto clave que gatilló la llamada “evasión masiva”, la que en cosa de horas dio origen a una movilización ciudadana que tiene conmovido a Chile entero.
Cuando Rosa se negó hace 65 años a ceder su asiento a un hombre blanco, como se lo ordenaba la ley segregacionista que discriminaba a los negros y que los obligaba a viajar de pie en los autobuses, echó a correr una pequeña bola de nieve que finalmente se convirtió en la avalancha que generó nuevos derechos civiles para la población afroamericana.
Cuando este estudiante anónimo saltó el torniquete del Metro para evadir el pago del pasaje reajustado en 30 pesos, también echó a rodar una gota de agua que hoy, junto a millones de otras gotas de agua, se ha convertido en un gran océano del cual está emergiendo una ciudadanía empoderada dispuesta a derrumbar el modelo económico ultra neoliberal que impera en Chile, origen de tanta desigualdad, discriminación, miseria e indignidad.
La derogación de la ley segregacionista que desobedeció Rosa Park demoró más de un año desde que ella se rehuso a ceder su asiento en el bus. Sin embargo, a partir de esa derogación se desencadenó toda una cadena de cambios que poco a poco le dieron una nueva forma a las relaciones ciudadanas en la sociedad norteamericana.
En el caso de Chile, fue tal la magnitud de la “evasión masiva” y la consiguiente movilización ciudadana (empañada inicialmente por actos de vandalismo de dudoso origen), que el Gobierno se vio obligado, primero a decretar un Estado de Excepción que ha impllicado militares armados en las calles; y segundo, a anular el reajuste en los pasajes del Metro a menos de una semana del inicio de las acciones de desobediencia.
Lo que el Gobierno no previó (aunque lo que enseñaba el caso de Rosa Park debió tenerse presente) fue que el pequeño brinco del joven estudiante era sólo el primero de un gigantesco salto de la gran mayoría de una ciudadanía hastiada de abusos, de negaciones, de desprecios, de olvidos y de arrogancias clasistas.
El ágil brinco sobre el torniquete del Metro, equivalente a la simple negativa de Rosa Park de ceder su asiento en el bus, pese a la aparente insignificancia de ambos gestos, tuvo en nuestro país la virtud de transformarse en pocos días en un movimiento cuyos alcances están destinados a generar otro Chile, otras relaciones sociales, otras formas de hacer política, otros tipos de liderazgos , otros horizontes.
El vértiginoso desarrollo de los acontecimientos torna difícil hacer una proyección de lo que viene para Chile, pero ello no puede ser impedimento para que se asuma que los chilenos estamos enfrentados a nuevos desafíos.
Así como en el pasado, allá por los años setenta fuimos capaces de instalar un Gobierno Popular (que brindó mil días de esperanzas, pero que fue sucedido por más de seis mil días de horror y tragedia); y allá por los años ochenta fuimos capaces de poner fin a la dictadura militar, es de suponer que también podemos ser capaces de poner fin a la dictadura económica del modelo ultra neoliberal que instaló Pinochet y que se ha mantenido cruelmente vigente en los últimos 30 años.
Entonces, no cabe sino plantear que el primer y más importante y urgente desafío es, justamente, derrumbar ese modelo económico importado desde la Escuela de Chicago.
No es una ilusión, tal como no lo fue la negativa pacífica de Rosa de ceder su asiento en el bus en la ciudad de Montgomery, y como tampoco lo fue el trascendente salto sobre el torniquete del Metro de Santiago de ese estudiante anónimo.
**Consejero Regional Metropolitano Colegio de Periodistas de Chile