El Colegio de Periodistas realizaba marchas de mordazas, elecciones y congresos sin autorización, vigilias por los detenidos desaparecidos, exposiciones con fotografías prohibidas y la Carta a los Periodistas cuando censuraron a las revistas opositoras al régimen de Pinochet. En todas ellas, Sergio Gutiérrez Patri como lo llamé siempre por su nombre completo y en virtud de diferenciarlo de su tocayo y compañero prisionero fue actor principal.
Oriana Zorrilla. Periodista. Ex Dirigenta Colegio de Periodistas de Chile.
Hace tiempo que Sergio Gutiérrez Patri desapareció de nuestras vidas porque la angustiosa enfermedad del olvido se apoderó de él hace largos 10 años; sin embargo, siempre estuvo en nuestras memorias y preocupación por el retroceso en su estado de salud.
Tantas veces nos preguntábamos que serían de sus historias periodísticas, sobre esos proyectos de escribir acerca de Colo Colo y de su experiencia al pasar por la prisión en dictadura, entre otros temas que le interesaban. Él fue un gran narrador, con un particular sentido del humor adhirió a su piel imágenes y palabras de quienes fueron pasando por su vida, ¿Cómo olvidar a Guillermo Herrera?, el “chico de la perla”, presidente del club albo cuyas historias iba atesorando.
Los jóvenes de la generación sesentera lo conocimos recién expulsado de El Mercurio durante la campaña presidencial de Salvador Allende, junto a Sonia Edwards Eastman -hermana de Agustín- y a Darío Rojas, quienes conformaban la directiva del Comité de Unidad Popular (CUP) en el autodenominado “Decano” del periodismo.
Su voz potente se alzó en aquella ocasión, primero en la Asamblea realizada en el teatro Camilo Henríquez, y luego de caminar por Amunátegui y pasar ante las puertas de Morandé con Compañía donde convivían los diarios mercuriales, se instaló en las escalinatas de los Tribunales de Justicia para protestar por uno más de los múltiples atentados contra la libertad de expresión de la familia Edwards.
Desde aquel tiempo nuestros caminos se unieron en la pelea colectiva por conquistar el Gobierno Popular, por la libertad de expresión y el mejoramiento de la situación laboral y salarial para los periodistas. Aparte de trabajar en la CUT coincidimos en la radio de la Universidad Técnica del Estado, él siempre reporteando Economía y ganándose el cariño de todos por su sentido del humor, compañerismo y extraordinaria pasión por estar en el centro de la noticia.
Nuestras visitas al Bar Torres, Club Magallanes y al Ciro’s junto a él y a Franklin Quevedo, Raúl Mellado Castro y Ronnie Muñoz Martineaux -entre otros- eran las mejores cátedras de periodismo a las que los más jóvenes asistimos con regocijo.
En la UTE nos sorprendió el Golpe de Estado.
La prisión golpeó a quienes apoyábamos al Gobierno Popular, eran más de 800 académicos, estudiantes, trabajadoras y trabajadores quienes fueron sacados con violencia de la Casa Central y, otras tantas familias que acudíamos a las puertas del ex Estadio Chile, hoy Víctor Jara buscando a los nuestros.
Apenas levantaron el toque de queda por unas horas intentamos ingresar al estadio para averiguar por nuestros maridos, hermanos, hijos y novios; a lo lejos reconocí a Elisa, su esposa quien había logrado entregar un paquete con sandwiches para Sergio.
Desde ese día en adelante nuestra cita fue en Alameda y Bascuñán.
Como las noticias eran cada día más aterradoras, nuestros recorridos se ampliaron a la Morgue, actual Instituto Médico Legal, a las orillas del Mapocho para tratar de identificar los cadáveres y recurrimos a los corresponsales extranjeros para que intercedieran por la libertad de los prisioneros.
En nuestros intentos por encontrarlos se sumaron: Ita Lucero, Anita Rojas, Carmen compañera de Ramiro Sepúlveda, Anita Mirlo con quienes concurrimos al Colegio de la Orden en búsqueda de amparo.
De Sergio Gutiérrez Patri recibimos las primeras versiones de lo ocurrido en el interior del ex Estadio Chile, en el Nacional y en la Cárcel Pública porque al salir en libertad su primera acción fue visitarnos y ponerse a disposición de lo qué hubiera que hacer para aportar en la dura tarea de resistir. Primero, la información que fue fundamental para medir lo que estaba pasando y luego difundirla para dar tranquilidad a las familias. También, su trabajo contribuyó con ideas e iniciativas de solidaridad que fortalecieron la inicial e incipiente reorganización de la lucha antidictatorial.
En su casa de la calle Cuevas nos relató el impacto que vivió al ver sufrir a tantos amigos y compañeros, aun así, sus palabras mantenían esperanza, tal vez para aliviarnos el dolor de la derrota política y de los golpes asestados a cada uno de los nuestros.
Luego de unos días, en nuestro principal campo deportivo transformado en campo de concentración, nos contó que por el alto parlante fue llamado un Sergio Gutiérrez. Aparecieron dos, “la incertidumbre era tremenda, pero no había nada que hacer, me presenté junto al otro” recordaba. Sin saber por qué fue trasladado a la Cárcel Pública, ubicada en General Mackenna donde se encontró con José Gómez López y Ramiro Sepúlveda.
Luego de un tiempo fueron dejados en libertad y Sergio nunca supo de lo vivido por su tocayo hasta muchos años después, que al asistir a la boda de un amigo se reencontró con él: era primo de la novia y había sido liberado por petición de un familiar vinculado a los militares.
Rápidamente, Elisa y Sergio se rearmaron e inventaron una forma de sobrevivencia vendiendo dulces y pasteles en quioscos escolares, hoy los llamarían “emprendedores”. El trabajo y las características personales de ambos les abrieron la puerta a los ingresos para la mantención cotidiana como familia y a la solidaridad constante con quienes estábamos en condiciones económica precarias.
Cada cierto tiempo aparecía por nuestra casa con mercadería, dulces y jugo de melón, por el color de esta bebida se ganó el título de “jugo verde”, apelativo afectuoso que hasta el día de hoy usamos.
En sus recorridos al Sur de Chile se enamoraron de un lugar al que bautizaron como Oro Verde, ubicado en la Región de Los Lagos, con esfuerzo y junto a Rodrigo su hijo, construyeron hermosas cabañas de madera noble junto al río Petrohue, además del tumultuoso Ralún, el bosque nativo, las aguas termales y la fauna cercana transformaba el lugar en un verdadero paraíso.
El vino generoso, el pan amasado, las truchas, las habas y la buena conversa hasta las tantas de la madrugada nos permitían olvidar por algunos días la realidad oscura instaurada por Pinochet y sus adláteres.
La vida seguía su curso, la casa de la Villa El Dorado fue un espacio acogedor para largas y peligrosas reuniones de los periodistas comunistas. Avanzada la dictadura Sergio Gutiérrez fue invitado a trabajar en televisión por Ximena Cannobbio para el programa de la Teletón. En esa oportunidad rechazó de plano esta propuesta señalándome “soy hombre de prensa” y me ánimo a concurrir a la entrevista en su lugar. Paralelamente trabajábamos en los primeros números de Fortín Mapocho, el equipo fundador lo integraron: Ligeia Balladares, Jorge Andrés Richards, Juanita San Martín, Ximena Ortúzar, Jaime Castillo Vilches, Guillermo Ravest y su director Jorge Donoso. Nos movíamos entre el departamento de Luis Matte y una oficina de la mamá de Claudio Huepe, ambos ex dirigentes políticos.
Eran tiempos de valentía, compañerismo y trabajo colectivo.
Mi vida, desde entonces, fue compartida entre el “rutilante” mundo televisivo y la heroica gesta de aportar a la creación de un medio para informar con la verdad de lo que acontecía. Pero, más aún, al mismo tiempo las luchas sociales emergían en los barrios, universidades y centros laborales.
El Colegio de Periodistas realizaba marchas de mordazas, elecciones y congresos sin autorización, vigilias por los detenidos desaparecidos, exposiciones con fotografías prohibidas y la Carta a los Periodistas cuando censuraron a las revistas opositoras al régimen de Pinochet. En todas ellas, Sergio Gutiérrez Patri como lo llamé siempre por su nombre completo y en virtud de diferenciarlo de su tocayo y compañero prisionero fue actor principal.
Si bien es cierto que el olvido lo atrapó por tantos años, otros seremos los encargados de rescatar su memoria, los valores inclaudicables, la creatividad, el verbo encendido y la generosidad a toda prueba.