Porque desde el primer día me enseñó el dequeísmo y la dictadura de las comas, el punto seguido y la frase corta. ¿Quién sabe el secreto del dequeísmo? 

 

Por Federico Gana Jonhson

Periodista

Porque un día coincidentemente llegamos a Las Ultimas Noticias a pedir que nos dejaran ser periodistas y conversamos como pollitos de corral ajeno pero al que queríamos pertenecer. El desde la escuela de Periodismo de la UC y yo de la U. de Chile. 

Porque desde el primer día me enseñó el dequeísmo y la dictadura de las comas, el punto seguido y la frase corta. ¿Quién sabe el secreto del dequeísmo? 

Porque mostró a las gentes de Chile a través de mil crónicas, como la del carabinero del Calle Calle que guiaba el tránsito desde un bote. 

Porque entrevistó al único árbol que hay en el camino desértico entre Chuquicamata y Tocopilla y ahí citó a Vicente Huidobro (“Silencio, que va a nacer un árbol”). 

Porque me llevó como periodista invitado a sus clases universitarias a hablar de cualquier cosa, puesto que ya habíamos vivido bastante. 

Porque al salir del diario en las madrugadas de nuestra juventud nos sentábamos en la Plaza de Armas a jugar a ser bohemios y a discurrir sobre nuestros amores y enamoramientos. 

Porque me hizo idolatrar a Homero Bascuñán, nuestro viejo Maestro en LUN  y que fue marinero, lustrabotas, pirquinero, aprendiz de brujo, autor de versos de ciego, transeúnte del desierto, minero del caliche, querendón abuelo de ocasión, cocinero de cazuelas para sus niños que éramos y en su casa devorábamos su biblioteca. 

Porque Enrique siempre rezó el Periodismo nuestro de cada día. 

Porque tuvo  una mirada profundamente ética a nuestra profesión de amor. 

Porque amó también a Carlos Gardel y lo homenajeó año a año sin faltar ninguno desde el día que cayó el avión y mató al Zorzal. 

Porque uno de sus textos más profundos fue sobre La Piojera santiaguina, pero también discurrió, multifacético, sobre el arte de lavarse los dientes. 

Porque “A Su Manera” confesó que “atacó de frente y en forma suicida”. 

Porque supo, como nadie, arrimarse a  la vida hace muchos años aprisionado en una cama, víctima injusta y paralizada de una inyección fatídica,  error médico ocurrido en el Hospital Clínico de la Universidad Católica. 

Porque tuvo una hija maravillosa que en la Soledad de su bello nombre demuestra fortaleza y amor infinito. 

Porque fue amigo confidente del “Loco Pepe”, gran delincuente argentino que aceptó ser confesado por Enrique y el país entero vio que en el avezado truhán había también un ser humano. 

Porque escribió cartas decisivas a los diferentes alcaldes de su querido Puente Alto, mostrándoles realidades urgentes y necesitadas de cambio. 

Porque cuando en LUN lo pusieron como Jefe de una sección, tituló su columna “Mi Corazón tiene 36 páginas”. 

Porque cada vez que necesité su apoyo por una problema ortográfico lo llamé y la duda se aclaró. 

Porque lo conocí cincuenta y seis años exactos. 

Porque amó la Palabra como hueso de santo y por ser, muy lejos, la única persona que conocí en el mundo que pronunciaba bien todas las palabras, sus cómplices del buen escribir. Todas. 

Porque seguirá siendo mi amigo hasta el final de mis propios días y cuando tenga yo una duda frente a mi texto, Enrique Ramírez Capello me seguirá indicando dónde está el error. 

Palabra.